El dinero es pura representación. En su ensayo Discursos eruditos y prácticas populares, el historiador Roger Chartier señala lo siguiente: “las representaciones no son simples imágenes, verídicas o engañosas de una realidad que les sería externa. Poseen una energía propia que persuade de que el mundo o el pasado es, en efecto, lo que dicen que es. En ese sentido, producen las brechas que fracturan a las sociedades y las incorporan en los individuos”.
Así pues, el dinero, al ser la representación del valor, ha insertado en cada uno de los individuos la idea de que lo normal es confiar en los bancos, en el papel moneda, en el supuesto valor otorgado al dinero fiduciario, y que cualquier forma alternative es peligrosa porque no se ajusta al sistema. Es decir, Bitcoin vendría a ser esa interrupción, un nuevo discurso sobre el valor que no corresponde con el que hasta ahora hemos conocido basado en la relación de los bancos con el dinero. Bitcoin no participa en el sistema bancario, en ese imaginario que las instituciones financiarias han creado y fijaron —violentamente— en nosotros.
¿Que debemos hacer, entonces? Comprender que las representaciones son formas que han permitido a los actores sociales percibirse y percibir a los demás. Las representaciones legitiman un poder, un hábito, una costumbre, un sistema. El dinero, por tanto, no es natural, sino una “simple” representación que por mucho tiempo ha sido habitual para nosotros. Con Bitcoin, las bases sobre las cuales se ha asentado y “fijado” el dinero se están desestabilizando. Obviamente, todas las instituciones de poder que hasta ahora se han legitimado a través del dinero denunciarán y tratarán de hacer creer que Bitcoin es “malo”. Al final, la fuerza de Bitcoin, como quiebre ruptural, como nueva “representación” del valor, llevarán a que pensemos el dinero no ya como lo evidente sino como una alternativa más para manejar nuestros recursos financieros.
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